miércoles, 29 de octubre de 2008

IV




Acaricio mi nuevo zapato. Pienso en lo caro que salió, tallado y hermoso como es. Me pregunto de qué color habrá sido alguna vez. Lo sé. Ahora sólo puedo ver lo blanco de su dureza. Debe ser cómodo, debe traer recuerdos. Debe darte ese aire de superior. De alguien con quien no te puedes meter. Si, así debe sentirse al ponérselo. Pero, aún pensando en todo eso, no me atrevo. Introduzco mi pie con cuidado y terror, con ansias. Ansias de sentir miedo. Ya puesto, me siento mejor. Me siento… asesina. Y me trae recuerdos. Y me siento superior. Y siento su comodidad, su dureza. Entonces pienso en lo caro que salió envenenar a mi esposo para fabricar este par de zapatos. Pero no me arrepiento. Son los zapatos más cómodos que he usado en mi vida. Los únicos zapatos óseos jamás calzados.

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