martes, 8 de enero de 2013

Existen momentos únicos en la vida, los indicados para memorizar segundo a segundo y atesorar en algún lugar lejano de nuestras mentes para recordar solo en momentos lo suficientemente especiales para merecer ese honor. Existen cosas de belleza tan inigualable que opacan el sol y marchitan las flores. Existen palabras que resuenan en la mente años después de ser pronunciadas, y veces en que estas importan mil veces más al que escucha que al que habla. Existen miradas, suspiros, canciones y lamentos, llamadas y caricias. Existen millones de razones para deslumbrarse día a día. Existen miles de maneras de reaccionar. Y de todas las razones, estás tú. Y de todas las maneras, estoy yo. Y tú y yo somos como el sol y mujer terca que se quema los ojos por mirar, o el mar y quien se ahoga por unirse a él. Somos la epitome de la causa y el resultado. Somos el ejemplo perfecto de la locura que provoca el amor. La visión innegable de devoción. Somos la daga y el corazón apuñalado, el cianuro y el pobre mortal que cae al piso acabado. El comienzo y el fin, el ayer y el ahora. Sin embargo, mi amor, no somos ni seremos uno. Ni ahora ni nunca, ni en esta época ni en otra, pues tu eres mi muerte y al primer contacto caeré para jamás despertar otra vez, caeré al abismo al cual me condenaste con tu primera mirada. Es así como solo existen dos opciones para nuestra agónica existencia, que la acabes conmigo y vivir juntos en el infierno, o amarnos desde lejos donde mi corazón ya no sea capaz de recordar tu nombre mas si tu piel. Ni ahora, ni nunca.