lunes, 8 de noviembre de 2010

Es una noche oscura y sin estrellas, y las lágrimas corren por sus mejillas. Tan cansada, mi pobre dama. A paso cansado arrastrándote hacia el bosque, por temor a la muerte. Lentamente mis pasos tras los tuyos, regalándote un par de segundos más para respirar, rogando por que te levantes y corras por tu vida. Luego de un par de horas te das por vencida y te lanzas al suelo con pesar. Rodeada de árboles, siniestros a esas horas de la noche, deliras con ser comida por uno de los monstruos mientras tu mente se apaga, estás exhausta. Te escucho susurrar mi nombre, pidiendo auxilio a tu futuro asesino. A tu amado. Me acerco a ti, tapándote los ojos con dulzura mientras te degollo, lamentando que esta noche fuese tan poco memorable, tan poco hermosa, tan poco digna de ti. Una lágrima cae por mi mejilla, y moja tu precioso vestido de seda. ¿Me perdonarás algún día? ¿Serás capaz de entender por qué lo hice? No puedo evitar abrazarte, desahogarme, gritar, llorar...golpear los árboles a mi alrededor. Te suelto, corro, golpeo todo lo que encuentro en un ataque de ira. Un estúpido ataque de ira y de tristeza, sin sentido alguno para el observador. Vuelvo a ti. Te ves tan hermosa, como de porcelana. Una muñequita de porcelana durmiendo, acurrucada con cariño y ternura. Entonces tomo tu cabeza y la apoyo en mis piernas, acariciando tu cabello. Pasan horas, días. La sed es insoportable. El hambre. Puedo sentir la muerte rondándome en ese bosque maldito, pero no puedo dejarte ahí. No puedo dejarte sola. Mi muñequita de porcelana, mi amada. Mi futura esposa. Pronto todo se hace más oscuro, y así como anochece, mis fuerzas se acaban. Cierro los ojos y sonrío. Ya todo está por acabar.