lunes, 16 de mayo de 2011

[...]

Es imposible evitar tu radiante sonrisa. Te sonrío de vuelta y me haces olvidar mis problemas. Y de pronto, es solo un baile. Un hermoso, estúpido, y espero que eterno, baile. Tan incógnito como debería ser, tan glamoroso y liberador. Tu pelo vuela mientras te giro una y otra vez, tal bailarina de ballet.  Podría estar así contigo cien vidas seguidas, millones de años sin descanso por solo admirar tus ojos y tu sonrisa inocente y coqueta. Podría vivir estos minutos mil veces sin cansarme de contemplarte. Tu hermoso pelo castaño por fin acepta la gravedad y mientras tu paras, cae sobre tus hombros y tus pechos. Un mechón cubre uno de tus ojos, y yo riéndome, lo pongo en su lugar. Todo parece asombrosamente perfecto hasta que recuerdo que no lo es. Recuerdo las palabras de tu padre y un calambre se apodera de mi estómago. Intento disimular, pero me conoces tan bien...puedo oler tu preocupación. Oh, cariño. Mi alma gemela, mi vida, mi amor. Cuanto llorarías si supieras qué me borra la sonrisa del rostro en tu presencia y lo cruel que puede ser el destino. Cuanto llorarías por mí y porque ya es demasiado tarde para hacer lo correcto. Ni una lágrima por ti, preciosa. Pero juro que yo podría haber bautizado un nuevo mar en tu nombre. Semanas llevo, querida, con los ojos irritados de tanto llorar. No de cansancio, como siempre te digo, sino de llorar del dolor horrible que me invadió tras oír mi deber. Sin embargo, eres tú quien se lleva la peor parte.

Todo esta en cámara lenta. Me despido de ti culpando al cansancio y me voy a buscar una copa. No quiero que sepas que lo hice yo. Lo que voy a hacer. Por favor, desaparece. Por lo que más quieras, en estos cinco minutos, desaparece. ¡YA! ¡VETE!

Solo vete.

Entro al salón rogando por tu ausencia, solo para verme decepcionado por tu aura aún presente. Es entonces cuando comienza la cacería. Te veo salir al jardín y te sigo lo menos sigilosamente posible, rezando que me veas y huyas. No me notas hasta que estás sola. Y lejos. Demasiado tarde para los dos. Corro lo más lento posible, pero ni tus zapatos ni tu vestido te ayudan. Ay, amor. No puedo evitar que lágrimas corran por mis mejillas incontrolablemente, pero tengo la suerte de tener la cara cubierta con la capucha de la capa. Camino, pero es imposible perderte el rastro. Cómo quisiera ahora sacarme los ojos y perder cada sentido.

Es una noche oscura y sin estrellas, y las lágrimas corren por sus mejillas. Tan cansada, mi pobre dama.


[...]

No hay comentarios: